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Curso Educar hoy: claves para la alianza familia y escuela, de Liliana Gonzalez, parte 2

Segundo capítulo del curso para familias y docentes de la psicopedagoga Liliana Gonzalez, de acceso exclusivo para suscriptores de La Voz.

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Duración: 5:30 minutos (más lectura de textos)
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Dictado por: Liliana Gonzalez

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Material de lectura

Por Liliana Gonzalez

Unidad 2

El pasaje de niño a alumno: el encuentro con la escuela

Un fenómeno epocal es la institucionalización cada vez más temprana de los hijos en guarderías, salitas o jardines maternales.

Lejos estamos de los tiempos cuando lo escolar comenzaba en sala de 5. Hoy tenemos bebés de 45 días en adelante saliendo del hogar a instituciones supletorias de la función familiar. Es una decisión difícil de tomar y que requiere de una cuidadosa selección del lugar y de las personas que se harán cargo de esa suplencia.

Algunos pequeñines se desprenden de mamá o papá sin demasiada dificultad. Otros muestran en su llanto, caprichos o síntomas físicos, expresión de una angustia que de poder ponerse en palabras, diría “No estoy listo”.

Ese Otro que acuna con canciones y mimos, que amamanta, viste, baña, habla, cuenta y mira, va envolviendo al niño en un entorno simbólico y así se va constituyendo el sujeto psíquico.

Tanto las neurociencias como el psicoanálisis coinciden en afirmar que las primeras experiencias de la vida influyen sobre el desarrollo del cerebro y el psiquismo.

El vínculo madre/padre-hijo genera una trama, una red, un sostén que hace que el niño se anime a explorar el mundo. Es el nutriente fundamental.

Hay una relación directa entre el placer de criar (crianza gozosa) y la riqueza del pensar.

Si en esos primeros tiempos hay situaciones traumáticas: abandonos, carencias afectivas, duelos o violencias el contacto con el mundo externo aparecerá como amenazante.

Si lo que hubo fue una exposición excesiva y precoz a pantallas (que jamás suplirán la función materna y paterna) es posible que el psiquismo se arme en un estado de precariedad simbólica ya que la pura imagen inhibe la fantasía, la imaginación y la creación o sea los procesos relacionados con el pensamiento y el lenguaje necesarios para enfrentar la escolarización.

Hoy, la mayoría de los niños está expuesta a información que excede su capacidad de metabolización. Crecen con la falsa ilusión de tener el mundo a disposición vía Internet. Viviendo en la inmediatez creen manejar un saber que supera al de sus padres y docentes. El conocimiento no está, para ellos, en los estantes de las bibliotecas sino al alcance de su mano. El teclado y el mouse sustituyen al adulto que de a poquito le iba acercando algunos saberes.

El pensamiento y el lenguaje no siguen un natural proceso de desarrollo. Es una construcción que depende no sólo de lo que biológicamente se trajo al nacer sino del encuentro con el otro, de la cultura en la que se nace, de los avatares de la historia personal-familiar y de la estimulación.

Un niño aún no es un alumno. Para serlo debe tener deseo de aprender.

En los primeros años, apenas aparece el lenguaje, comienzan las preguntas, los famosos “por qué” que tan ejemplarmente supo definir Sigmund Freud como la pulsión epistemofílica o deseo de saber.

Los interrogantes surgen porque algo falta. De allí la importancia de una función materna que deje espacios y que alejada de la sobreprotección asfixiante, permita el ingreso de la terceridad a la vida del hijo y con él, la ley representativa de la cultura.

Freud también señaló la importancia de que los adultos educadores puedan cada tanto decir “no sé” a esas preguntas, para que el niño sienta que nadie lo sabe todo y así pueda inaugurar sus propias búsquedas y aprendizajes. Si el adulto todo lo sabe, no le quedará más que repetirlo.

Cuando en 1905 el creador del psicoanálisis posicionaba al niño de dos maneras: su majestad el bebé (el pequeño tirano de la casa) y el perverso-polimorfo (capaz de exhibicionismo, vouyerismo, masoquismo o sadismo) planteaba a su vez y a manera de un llamado a la responsabilidad de los adultos, la necesidad de no dejar que esas posiciones se perpetúen. Jamás deberían egresar del nivel inicial, niños en esas posiciones.

Es tarea de la familia y la escuela facilitar el ingreso del sujeto a la cultura, al lazo social, haciendo desfallecer esas posiciones a fin de que el niño aprenda a poner freno al impulso con la palabra, a disminuir sus actuaciones, a salir del egocentrismo y reconocer el límite.

Si las instituciones fundantes en la educación ceden en sus funciones y caen en la idea de una falsa autonomía, una anticipada libertad con la que se cree que dejar hacer equivale a dejar ser, nuestros niños estarán cada vez más perdidos.